Antecedentes
El estado obrero húngaro fue más el resultado del avance del Ejército Rojo a la salida de la Segunda Guerra Mundial sobre los países del este de Europa que de la propia actividad revolucionaria de las masas húngaras. De esta manera, a través de un proceso que puede denominarse de revolución pasiva proletaria o de revolución socialista desde arriba, surgió un estado obrero deformado. Esto quiere decir que la expropiación de los capitalistas y terratenientes, llevada adelante por el Ejército Rojo, fue complementada con la formación de una burocracia satélite de Moscú que garantizaría la subordinación de la clase obrera húngara a la burocracia soviética.
De Berlín a Budapest un solo grito: ¡Fuera rusos!
La revolución húngara de 1956 es el punto culminante de una serie de procesos que comienza con la gran huelga general de Berlín Oriental en 1953 y continúa con la insurrección de la ciudad polaca de Poznan el mismo año 1956. Los tres procesos serán salvajemente reprimidos por el ejército ruso. La revolución húngara volverá a poner de relieve dos aspectos centrales: la lucha contra la opresión nacional por parte de los rusos y la lucha por la democracia obrera contra la burocracia stalinista húngara, satélite de la burocracia moscovita. El proceso comienza entre el 21 y 23 de octubre de 1956. Con un profundo odio hacia las tropas rusas como trasfondo, en las fábricas empiezan a surgir las asambleas para discutir problemas de abastecimiento, salariales y de democratización sindical. Los estudiantes secundarios y universitarios empiezan a movilizarse. Los reclamos abarcan desde la supresión de la pena de muerte y el establecimiento de la libertad de prensa hasta la retirada de las tropas soviéticas y la sustitución de Matyas Rakosi por Imre Nagy en la secretaría general del Partido Comunista. Nagy, representante de una corriente reformista nacionalista, hacia fines de octubre forma un nuevo gobierno, que el movimiento de masas considera una conquista. Pero a diferencia de Nagy, preocupado por encausar el proceso en los marcos de una autorreforma del régimen, la clase trabajadora pone todo de si para profundizar el proceso revolucionario. Las movilizaciones de masas, los ataques a los locales del PC, los juicios populares contra dirigentes stalinistas y los ataques contra las tropas rusas convergen en una huelga general insurreccional que conmoverá los cimientos del régimen stalinista. Los consejos obreros se extienden por todo el país y empiezan a tomar funciones de un poder fabril y territorial. Frente a la presión de las masas, Nagy declara el abandono del pacto de Varsovia, que subordinaba Hungría a la URSS. La respuesta rusa no se hace esperar. Nagy será detenido por las tropas rusas, instalándose el gobierno títere de Janos Kadar que, fingiendo estar abierto a negociar con los consejos para atender sus demandas, abre la puerta a la brutal represión del Ejército “Rojo”.
Los consejos obreros y la dualidad de poderes
El desarrollo de los consejos obreros es el elemento subjetivo más avanzado del proceso húngaro. Habiendo surgido como una iniciativa de la burocracia de los sindicatos y de la administración de los complejos industriales para conservar el control sobre los obreros, los consejos son rápidamente transformados en organismos centralizadores de la lucha de masas por el proletariado, que desplaza a los burócratas y elige sus propios representantes. Los delegados obreros de las distintas secciones componían el consejo de fábrica. Éstos se coordinaban a través de consejos de distritos. Así surgirá el Consejo Central del Gran -Budapest, jugando un papel de avanzada ante la ausencia de un organismo de verdadero alcance nacional. Los reclamos de los consejos, además de la reinstalación de Imre Nagy en el gobierno, serán: “retiro de las tropas soviéticas, elecciones mediante escrutinio secreto en base al sistema multipartidario, formación de un gobierno democrático, propiedad realmente socialista de las fábricas y de ninguna manera capitalista, mantenimiento de los consejos obreros, restablecimiento de los sindicatos independientes [...] respeto al derecho de huelga, libertad de prensa, de reunión, de religión, en suma todos los grandes objetivos de la revolución.” [1] Cuando los delegados del Consejo del Gran-Budapest leyeron a Kadar estas reivindicaciones, éste respondió furioso “Entonces lo que ustedes quieren es un contragobierno” [2]. Efectivamente los consejos, haciéndose cargo tanto de la continuidad de las medidas de lucha como de mantener la producción en las fábricas, tendían a aglutinar a toda la Hungría obrera y popular, concentrando todas sus reivindicaciones. Estos organismos de poder obrero son los que Nagy no pudo contener y Kadar se apresuró a aplastar con ayuda de los tanques rusos.
Los consejos y la revolución política contra la burocracia
El surgimiento de la dualidad de poderes planteaba la siguiente alternativa: o el proletariado y las masas oprimidas llevaban el proceso revolucionario hasta el final, barriendo a la burocracia e instaurando la democracia obrera de los consejos; o el núcleo duro de la burocracia del PC húngaro, apoyándose en las bayonetas soviéticas asestaba una derrota a la clase obrera, recrudeciendo el dominio burocrático y a la vez que expropiaba por arriba algunas demandas del movimiento. Finalmente se impuso la segunda alternativa. Sucede que si bien los consejos, en los hechos actuaban como organismos de poder obrero, la estrategia seguida por éstos, en especial por sus delegados, fue la de presionar, primero a Nagy, para que la propia burocracia del PC húngaro realizase las demandas que atentaban contra la existencia misma de la burocracia. Similar actitud se continuó frente al ascenso del gobierno de Kádar, al cual los trabajadores intentaron presionar para que negociara con los rusos la vuelta de Nagy y el retiro de las tropas. De esta manera los consejos quedarían imposibilitados de resolver la dualidad de poderes a favor del proletariado. Este déficit estratégico del gran proceso revolucionario que estamos comentando está directamente relacionado con la inexistencia de un partido revolucionario que se diera una estrategia independiente de todas las fracciones de la burocracia, impulsara la extensión y centralización nacional de los consejos obreros y se planteara la conquista del poder para restablecer la democracia obrera sobre la base de la economía planificada (proceso que Trotsky denominaba de revolución política), con la perspectiva de conquistar una nueva trinchera de la revolución internacional. A pesar de haber sido derrotada, la revolución húngara fue un golpe muy duro para la burocracia moscovita y sus burocracias satélites, que planteó con toda agudeza la justeza del programa elaborado por Trotsky para la URSS (y después de la Segunda Guerra aplicable a los países del mal llamado “bloque socialista”): “... la tarea política principal en la URSS sigue siendo, a pesar de todo, el derrocamiento de la burocracia termidoriana. Cada día añadido a su dominación contribuye a socavar los cimientos de los elementos socialistas de la economía y a aumentar las posibilidades de la restauración capitalista [...] La lucha por la libertad de los sindicatos y los comités de fábrica, por la libertad de reunión y de prensa, se desarrollará en lucha por el renacimiento y regeneración de la democracia soviética [...] La democratización de los soviets es inconcebible sin la legalización de los partidos soviéticos [...] Es imposible realizar este programa sin el derrocamiento de la burocracia que se mantiene por la violencia y la falsificación. Sólo el levantamiento revolucionario victorioso de las masas oprimidas puede regenerar el régimen soviético y asegurar la marcha adelante del socialismo. Sólo el partido de la IV Internacional es capaz de dirigir a las masas soviéticas a la insurrección.” [3] La propia burocracia se encargaría de confirmar a su manera el análisis de Trotsky, pasándose con armas y bagaje a la restauración del capitalismo a fines de los ’80 con el objetivo de transformarse en una nueva clase explotadora. Sólo una serie de derrotas (Hungría ’56, Polonia ’56, Primavera de Praga ’68, Polonia ’80-’81, desvío y derrota de los levantamientos del ’89) lograron abrir este curso abiertamente pro-capitalista contra el movimiento obrero y de masas.
El estado obrero húngaro fue más el resultado del avance del Ejército Rojo a la salida de la Segunda Guerra Mundial sobre los países del este de Europa que de la propia actividad revolucionaria de las masas húngaras. De esta manera, a través de un proceso que puede denominarse de revolución pasiva proletaria o de revolución socialista desde arriba, surgió un estado obrero deformado. Esto quiere decir que la expropiación de los capitalistas y terratenientes, llevada adelante por el Ejército Rojo, fue complementada con la formación de una burocracia satélite de Moscú que garantizaría la subordinación de la clase obrera húngara a la burocracia soviética.
De Berlín a Budapest un solo grito: ¡Fuera rusos!
La revolución húngara de 1956 es el punto culminante de una serie de procesos que comienza con la gran huelga general de Berlín Oriental en 1953 y continúa con la insurrección de la ciudad polaca de Poznan el mismo año 1956. Los tres procesos serán salvajemente reprimidos por el ejército ruso. La revolución húngara volverá a poner de relieve dos aspectos centrales: la lucha contra la opresión nacional por parte de los rusos y la lucha por la democracia obrera contra la burocracia stalinista húngara, satélite de la burocracia moscovita. El proceso comienza entre el 21 y 23 de octubre de 1956. Con un profundo odio hacia las tropas rusas como trasfondo, en las fábricas empiezan a surgir las asambleas para discutir problemas de abastecimiento, salariales y de democratización sindical. Los estudiantes secundarios y universitarios empiezan a movilizarse. Los reclamos abarcan desde la supresión de la pena de muerte y el establecimiento de la libertad de prensa hasta la retirada de las tropas soviéticas y la sustitución de Matyas Rakosi por Imre Nagy en la secretaría general del Partido Comunista. Nagy, representante de una corriente reformista nacionalista, hacia fines de octubre forma un nuevo gobierno, que el movimiento de masas considera una conquista. Pero a diferencia de Nagy, preocupado por encausar el proceso en los marcos de una autorreforma del régimen, la clase trabajadora pone todo de si para profundizar el proceso revolucionario. Las movilizaciones de masas, los ataques a los locales del PC, los juicios populares contra dirigentes stalinistas y los ataques contra las tropas rusas convergen en una huelga general insurreccional que conmoverá los cimientos del régimen stalinista. Los consejos obreros se extienden por todo el país y empiezan a tomar funciones de un poder fabril y territorial. Frente a la presión de las masas, Nagy declara el abandono del pacto de Varsovia, que subordinaba Hungría a la URSS. La respuesta rusa no se hace esperar. Nagy será detenido por las tropas rusas, instalándose el gobierno títere de Janos Kadar que, fingiendo estar abierto a negociar con los consejos para atender sus demandas, abre la puerta a la brutal represión del Ejército “Rojo”.
Los consejos obreros y la dualidad de poderes
El desarrollo de los consejos obreros es el elemento subjetivo más avanzado del proceso húngaro. Habiendo surgido como una iniciativa de la burocracia de los sindicatos y de la administración de los complejos industriales para conservar el control sobre los obreros, los consejos son rápidamente transformados en organismos centralizadores de la lucha de masas por el proletariado, que desplaza a los burócratas y elige sus propios representantes. Los delegados obreros de las distintas secciones componían el consejo de fábrica. Éstos se coordinaban a través de consejos de distritos. Así surgirá el Consejo Central del Gran -Budapest, jugando un papel de avanzada ante la ausencia de un organismo de verdadero alcance nacional. Los reclamos de los consejos, además de la reinstalación de Imre Nagy en el gobierno, serán: “retiro de las tropas soviéticas, elecciones mediante escrutinio secreto en base al sistema multipartidario, formación de un gobierno democrático, propiedad realmente socialista de las fábricas y de ninguna manera capitalista, mantenimiento de los consejos obreros, restablecimiento de los sindicatos independientes [...] respeto al derecho de huelga, libertad de prensa, de reunión, de religión, en suma todos los grandes objetivos de la revolución.” [1] Cuando los delegados del Consejo del Gran-Budapest leyeron a Kadar estas reivindicaciones, éste respondió furioso “Entonces lo que ustedes quieren es un contragobierno” [2]. Efectivamente los consejos, haciéndose cargo tanto de la continuidad de las medidas de lucha como de mantener la producción en las fábricas, tendían a aglutinar a toda la Hungría obrera y popular, concentrando todas sus reivindicaciones. Estos organismos de poder obrero son los que Nagy no pudo contener y Kadar se apresuró a aplastar con ayuda de los tanques rusos.
Los consejos y la revolución política contra la burocracia
El surgimiento de la dualidad de poderes planteaba la siguiente alternativa: o el proletariado y las masas oprimidas llevaban el proceso revolucionario hasta el final, barriendo a la burocracia e instaurando la democracia obrera de los consejos; o el núcleo duro de la burocracia del PC húngaro, apoyándose en las bayonetas soviéticas asestaba una derrota a la clase obrera, recrudeciendo el dominio burocrático y a la vez que expropiaba por arriba algunas demandas del movimiento. Finalmente se impuso la segunda alternativa. Sucede que si bien los consejos, en los hechos actuaban como organismos de poder obrero, la estrategia seguida por éstos, en especial por sus delegados, fue la de presionar, primero a Nagy, para que la propia burocracia del PC húngaro realizase las demandas que atentaban contra la existencia misma de la burocracia. Similar actitud se continuó frente al ascenso del gobierno de Kádar, al cual los trabajadores intentaron presionar para que negociara con los rusos la vuelta de Nagy y el retiro de las tropas. De esta manera los consejos quedarían imposibilitados de resolver la dualidad de poderes a favor del proletariado. Este déficit estratégico del gran proceso revolucionario que estamos comentando está directamente relacionado con la inexistencia de un partido revolucionario que se diera una estrategia independiente de todas las fracciones de la burocracia, impulsara la extensión y centralización nacional de los consejos obreros y se planteara la conquista del poder para restablecer la democracia obrera sobre la base de la economía planificada (proceso que Trotsky denominaba de revolución política), con la perspectiva de conquistar una nueva trinchera de la revolución internacional. A pesar de haber sido derrotada, la revolución húngara fue un golpe muy duro para la burocracia moscovita y sus burocracias satélites, que planteó con toda agudeza la justeza del programa elaborado por Trotsky para la URSS (y después de la Segunda Guerra aplicable a los países del mal llamado “bloque socialista”): “... la tarea política principal en la URSS sigue siendo, a pesar de todo, el derrocamiento de la burocracia termidoriana. Cada día añadido a su dominación contribuye a socavar los cimientos de los elementos socialistas de la economía y a aumentar las posibilidades de la restauración capitalista [...] La lucha por la libertad de los sindicatos y los comités de fábrica, por la libertad de reunión y de prensa, se desarrollará en lucha por el renacimiento y regeneración de la democracia soviética [...] La democratización de los soviets es inconcebible sin la legalización de los partidos soviéticos [...] Es imposible realizar este programa sin el derrocamiento de la burocracia que se mantiene por la violencia y la falsificación. Sólo el levantamiento revolucionario victorioso de las masas oprimidas puede regenerar el régimen soviético y asegurar la marcha adelante del socialismo. Sólo el partido de la IV Internacional es capaz de dirigir a las masas soviéticas a la insurrección.” [3] La propia burocracia se encargaría de confirmar a su manera el análisis de Trotsky, pasándose con armas y bagaje a la restauración del capitalismo a fines de los ’80 con el objetivo de transformarse en una nueva clase explotadora. Sólo una serie de derrotas (Hungría ’56, Polonia ’56, Primavera de Praga ’68, Polonia ’80-’81, desvío y derrota de los levantamientos del ’89) lograron abrir este curso abiertamente pro-capitalista contra el movimiento obrero y de masas.
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